Cada vez salen nuevos conceptos que se vuelven de uso cotidiano debido a la transformación tecnológica que estamos viviendo en los últimos años. Hemos cambiado nuestra manera de ver las cosas y de interactuar con nuestro mundo que se hace cada vez más digital. Y aquí surge la primera pregunta: ¿De dónde viene el concepto de autogestión y qué valor nos aporta?
Históricamente, El primer ejemplo representativo de este tipo de movimiento en la historia es el de la Comuna de París, un movimiento insurreccional que gobernó París brevemente en el año 1871. La Comuna promulgó una serie de decretos revolucionarios, entre los que se decretó la autogestión de las fábricas abandonadas por sus dueños quedará en manos de los trabajadores.
Posteriormente, por los movimientos sociales en Europa y con el movimiento estudiantil en Francia, entre los años 50 y 60, la autogestión fue la respuesta a eventos políticos que impedían la participación de la sociedad en las decisiones importantes sobre un país, una región o un recurso colectivo.
Las nuevas formas de gestión de la sociedad dieron curso al concepto autogestión empresarial como una forma de organización que aporta autonomía, autosuficiencia, participación, colectividad, confianza y responsabilidad en la toma de decisiones por parte de todos los trabajadores. Por lo tanto, no existen jerarquías, sino cooperación entre todos los miembros de una misma organización. Esto ayuda a que todos los trabajadores encuentren su motivación, puedan realizarse como profesionales y crezcan tanto en el aspecto profesional como en el personal.
Desde las últimas décadas en que la tecnología ha incursionado en cada ámbito de nuestras vidas y marcada por la pandemia en el año 2020, el concepto de autogestión digital toma fuerza como un mecanismo de empoderamiento a las personas para que resuelvan, gestionen, tramiten y prácticamente “hagan las cosas por sí mismas”.
Estos momentos históricos tienen un común denominador: el empoderamiento de las personas para que de manera individual o colectiva conozcan su contexto y tomen decisiones para resolver sus problemas en cualquier ámbito.
Pero el empoderamiento por sí solo no funciona, se convierte en una herramienta poderosa para todo individuo, mediante la autonomía que implica una libertad de tomar decisiones logrando los objetivos sin intermediarios y la responsabilidad al realizar de manera propia una actividad comprendiendo y aceptando los compromisos adquiridos en la acción ejercida y el gran catalizador de este desafío: estar preparado y dispuesto para vivir en el mundo digital lo cual conlleva el estar provisto de conocimientos, habilidades y actitudes requeridas para identificar, acceder, manejar, analizar, integrar y evaluar recursos digitales.
Si bien la autogestión funcionó en primeras instancias como un movimiento emancipador de participación de las clases menos favorecidas en las decisiones que las afectan, en esta nueva era supone tener habilidades digitales que favorezcan a los individuos para que sean más eficientes y más críticos, tengan unas habilidades personales y profesionales que vayan más allá del simple uso de la tecnología, para buscar, captar, gestionar y tratar la información, presentar y difundir los contenidos en el formato adecuado, y comunicarse y colaborar en la red.
Esta nueva realidad no depende solo de las personas, también de las organizaciones que, mediante la implementación de canales y tecnologías digitales, permiten la libre y fácil interacción en procesos sencillos y recurrentes para ofrecer soluciones cada vez más inmediatas. Y aquí va el reto para los años venideros: el desarrollo de mecanismos y soluciones más efectivas mediante herramientas de autogestión que debe ser un factor imperativo para cualquier industria, en el que se aceleren los tiempos de respuesta a problemas cada vez complejos sin que haya intervención humana, para que sea la propia persona quien los resuelva, que se autogestione.
En definitiva, el empoderamiento a través de la autogestión digital no es solo un movimiento, una filosofía o tendencia es un ecosistema en el que convergen la disposición de las personas para entender y usar la tecnología en su beneficio para resolver sus requerimientos o necesidades sino también una responsabilidad de las organizaciones que disponen las herramientas tecnológicas para eficientar y optimizar las soluciones cotidianas de las personas.